lunes, 22 de octubre de 2007

Nanas de la cebolla…

Hace poco un buen amigo me contaba la historia de un conocido suyo que en ese entonces era embajador de la U.R.S.S, y que había participado en la segunda guerra mundial.

Cuenta la historia, que el mencionado personaje siempre llevaba consigo un bolillo y no importando qué o quien estuviera presente, el siempre lo estaba mordisqueando.

Cuando a mi amigo se le ocurrió preguntar el por qué de tan ridícula costumbre, el citado personaje se limitó a decir: “tú no sabes lo que es tener hambre, no sabes lo que es pedir porque pase una rata”

Me queda muy claro que hay vacíos que nunca se llenan, ni con todo el pan del mundo…

Y yo al escuchar esto, solo puedo recordar aquella tarde de lluvia torrencial en la ciudad, donde una viejita con niño en manos me pidió mi chamarra… y yo no se la pude dar…

¿Cómo le daría mi chamarra de marca, que me había costado dos pesotes?

Hace mucho que intento librarme de ese demonio… la vida me puso a prueba y troné estrepitosamente… y tal vez mi castigo es… que cada vez que llega a mi mente el siguiente poema, recuerdo aquel niño hambriento y aquella viejita desesperada por no poder cubrir a su niño…

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Miguel Hernández Gilabert (Orihuela, 30 de octubre de 1910 – Alicante, España, 28 de marzo de 1942)

Al estallar la Guerra Civil, Miguel Hernández se alista en el bando republicano.

En 1938 nace su primer hijo, Manuel Ramón, que muere a los pocos meses y a quien está dedicado el poema Hijo de la luz y de la sombra y otros recogidos en el Cancionero y romancero de ausencias, y en enero de 1939 nace el segundo, Manuel Miguel, a quien dedicó desde la cárcel “Nanas de la cebolla”, esto por que recibió una carta de su mujer donde decía que su hijo no comía más que pan y cebolla.



NANAS DE LA CEBOLLA

La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Una mujer morena
resuelta en luna
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te traigo la luna
cuando es preciso.

Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en tus ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que mi alma al oírte
bata el espacio.

Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.

Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.

La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño:
nunca despiertes.
Triste llevo la boca:
ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.

Ser de vuelo tan lato,
tan extendido,
que tu carne es el cielo
recién nacido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!

Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.

Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.

Vuela niño en la doble
luna del pecho:
él, triste de cebolla,
tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa ni
lo que ocurre.


joan manuel serrat - nanas de la cebolla año 1974 10/11

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