martes, 27 de septiembre de 2011

Elogio de la idiotez...

Diálogo entre Umberto Eco y Jean-Claude Carrière...
El intelectual italiano y el cineasta francés se embarcan en esta charla en una pesquisa inusual, establecer la diferencia entre cretino, estúpido e imbécil, categorías cuyos matices son casi imperceptibles. ... 
Umberto Eco: En uno de mis libros hacía yo una distinción entre el imbécil, el cretino y el estúpido. El cretino no nos interesa porque es un individuo que en lugar de llevarse la cuchara a la boca se la lleva a la frente; no nos interesa porque es aquel sujeto que no entiende lo que le estás diciendo. Su caso es sencillo. Por el contrario, la imbecilidad es una cualidad social y, en lo que a mí respecta, también puedes llamarla de otro modo, dado que para algunos “estúpido” e “imbécil” son términos que se refieren a la misma cosa. El imbécil es aquel que siempre, llegado el momento, se le ocurrirá decir exactamente lo que no debería decir. Es el autor de metidas de pata involuntarias. Por el contrario, el estúpido es diferente; su déficit no es social sino lógico. A primera vista, tal parece que razona de una manera correcta; y resulta muy difícil darse cuenta, de inmediato, que esto no es así. Por eso es peligroso. (...) Te pongo un ejemplo. El estúpido dirá: “Todos los habitantes del Pireo son atenienses. Todos los atenienses son griegos. Por lo tanto, todos los griegos son habitantes del Pireo”. Te asalta la duda de que algo no está funcionando bien porque sabes que existen griegos de Esparta, por ejemplo. Pero eres incapaz de explicar, expeditamente, en dónde y por qué el estúpido se ha equivocado. Tendrías que conocer muy bien las reglas de la lógica formal. Eso es, creo que deberíamos ocuparnos específicamente del estúpido.                                    

Jean-Claude Carrière: Yo creo que al estúpido no le basta con equivocarse. Afirma claro y fuerte su error, lo proclama a los cuatro vientos, quiere que todos lo escuchen. Es sorprendente ver lo estridente que es la estupidez. “Ahora sabemos por fuentes fidedignas que...”. Y le sigue una garrafal sarta de estupideces.                                           

UE: Tienes toda la razón. Si empiezas a afirmar con insistencia una verdad común, trivial, de inmediato se transforma en una estupidez...                                                 

JCC: Flaubert dice que la estupidez consiste en querer sacar conclusiones. El imbécil quiere llegar, por sí solo, a soluciones perentorias y definitivas. Le gustaría ponerle fin de una vez y para siempre a los argumentos. Pero esta estupidez, que de ordinario es percibida como una verdad por un cierto tipo de personas, para nosotros ha sido, en el transcurso de la historia, extremadamente instructiva. Ya habíamos dicho que la historia de la belleza y de la inteligencia, únicos temas a los que hemos limitado nuestra educación, tan sólo constituyen una ínfima parte de la actividad humana. Quizá sería necesario pensar y, por otra parte, tú ya lo estás haciendo, en una historia general del horror, de la ignorancia, así como de la brutalidad. (...)                                                  

UE: Después de lo que has dicho, me parece que la estupidez es un poco diferente a la estulticia. Se puede ser un estúpido sin llegar a ser por completo una “bestia”. Ser, por casualidad, un estúpido. (...) Un caso de epifanía de la imbecilidad (en el sentido en el que yo la entiendo) nos lo ofrece James Joyce cuando refiere una conversación con míster Skeffington: “Me enteré que ha muerto su hermano”, dice Skeffington. “Y solamente tenía diez años”, le responden. “En todo caso es doloroso”, responde Skeffington.                                                                                                                           

JCC: A menudo, la estupidez está muy cercana del error. Fue mi pasión por la imbecilidad la que hizo que me ha acercara a tu investigación sobre los falsos. Aquí tenemos dos recorridos rigurosamente ignorados por la enseñanza. Cada época posee, por una parte, sus verdades, y por la otra, a sus notorios imbéciles, enormes, pero se asume la tarea de enseñar y de transmitir únicamente la verdad. De alguna manera se filtra la estupidez. Sí, existe lo “políticamente correcto” y lo “inteligentemente correcto”. Dicho de otra manera, una buena manera de pensar. Lo queramos o no.                       

UE: Es el test del papel tornasol que nos permite verificar si estamos ante la presencia de un ácido o de una base. Si existiese un papel tornasol para estos casos, podríamos saber, de vez en vez, si estamos ante la presencia de un estúpido o de un imbécil. Pero regresando a la relación que estableces entre la estupidez y lo falso: lo falso no es, por fuerza, expresión de estupidez o de imbecilidad. Simple y sencillamente es un error. Tolomeo creía, de buena fe, que la Tierra no se movía. Cometía un error por falta de información científica. Pero podría ser que el día de mañana descubramos que la Tierra no gira alrededor del Sol y entonces tendremos que rendirle un homenaje a la sagacidad de Tolomeo. Obrar de mala fe significa decir lo contrario de lo que se considera verdadero. Pero nosotros siempre cometemos nuestros errores en buena fe. Por lo tanto, el error recorre toda la historia de la humanidad; afortunadamente, si no seríamos dioses. La noción de “falso”, que he estudiado, en realidad es muy sutil. Existe lo falso, que debe ser idéntico (en el sentido leibniziano del término) a su modelo. Quienes presentan un falso como si fuese verdadero, a sabiendas de que no lo es, obra de mala fe, y engaña. Tenemos, además, el razonamiento falso de Tolomeo, que hablando en buena fe, se equivoca. Tolomeo no era un falsario porque en verdad creía que la Tierra no se movía. 

JCC: Esta precisión no nos facilita nuestro esfuerzo de definición: Picasso decía que él podía pintar picassos falsos. También se vanaglorió de haber pintado los mejores picassos falsos del mundo.                                                                                                

UE: De Chirico también confesó que había pintado falsos de chirico. Y debo confesar que también yo he realizado falsos eco. Una revista satírica italiana, una especie de “Charlie Hebbo”, preparó un número especial de Il Corriere della Sera a propósito de la llegada de los marcianos a la Tierra. Evidentemente se trataba de una noticia falsa. Me pidieron un falso artículo firmado por mí, como parodia de Eco.                                       

JCC: Es una manera de salir de sí mismos, de la propia carne, del propio oficio. Y también de la propia cabeza.                                                                                           

UE: Pero, ante todo, es una forma de criticarse, de poner entre comillas nuestros lugares comunes, porque eran precisamente los lugares comunes los que yo debía repetir para realizar “un falso eco”. El ejercicio que consiste en producir un falso de sí mismos es, por lo tanto, muy sano.                                                                                                     

JCC: Lo mismo sucede para esta pesquisa sobre la estupidez que nos ha ocupado por algunos años. Se trató de un prolongado periodo en el que Bechtel y yo sólo leíamos, incansablemente, libros muy pero muy malos. Expurgábamos los catálogos de las bibliotecas, y la mera lectura de ciertos títulos ya nos daban una idea del tesoro que nos esperaba. Cuando descubres, en tu lista, un título como “De la influencia del velocípedo en las buenas costumbres”, puedes estar seguro de que encontrarás miel.                         

UE: El problema se presenta cuando un loco interfiere en tu vida. Como ya lo he dicho, realicé una investigación acerca de los locos que son publicados en la vanity press (editoriales en las que los autores pagan por publicar. N. de la T.), y para mí era evidente que yo estaba resumiendo sus ideas con total y absoluta ironía. Ahora bien, algunos de ellos no percibieron la ironía y me escribieron para agradecerme que hubiera tomado en serio su pensamiento. Lo mismo sucede con El péndulo de Foucault, que arremetía contra los fanáticos del complot y del ocultismo y que suscitó en ellos algunos casos de manifestaciones de entusiasmo totalmente inesperadas. Todavía recibo (o mejor dicho: mi esposa o mi secretaria, que son las que las filtran) llamadas de teléfono por parte de un maestro de los Templarios. (...) Dicho esto, la dificultad para decidir si alguien es un cretino, un estúpido o un imbécil se deriva del hecho de que estas categorías representan tipos ideales, son unos idealtypen, como dirían los alemanes. Pero la mayoría de las veces encontraremos en un mismo individuo una mezcolanza de las tres actitudes juntas. La realidad es más compleja que esta tipología. (...)                                                     

JCC: En efecto, la primera cosa que se descubre estudiando a la estupidez es que también nosotros somos unos estúpidos. Es evidente. No se puede tratar impunemente a los demás como si fuesen unos estúpidos, si uno no se da cuenta de que su estupidez es un espejo para nosotros. Un espejo permanente, preciso y fiel.                                     

UE: Caemos en la paradoja de Epiménides, que dice que todos los cretenses son mentirosos. Ya que él es de Creta, entonces también él es mentiroso. Si un imbécil te dice que todos los demás son imbéciles, el hecho de que él sea imbécil no impide que acaso te esté diciendo la verdad. Si luego agrega que todos los demás son imbéciles como él, entonces da prueba de inteligencia. Por lo tanto, no es imbécil. Porque los verdaderos imbéciles solamente se pasan la vida olvidándose de que lo son. También existe el riesgo de caer en otra paradoja, que ha sido enunciada por Owen. Todas las personas son imbéciles, excepto tú y yo. Pero también tú, a decir verdad, si lo pienso bien...                                                                                                                            

JCC: Nuestra mente es delirante. Todos los libros que coleccionamos, tú y yo, testimonian una dimensión realmente vertiginosa de nuestro imaginario. Es particularmente difícil distinguir la divagación y la locura, por una parte, y la imbecilidad por la otra.                                                                                                   

UE: Otro ejemplo de estupidez que me viene a la mente es el de Nehaus, autor de un pamphlet sobre los Rosacruces escrito en la época en la que, hacia 1623, la gente quería saber si realmente existían o no. “El sólo hecho de que nos escondan su existencia es la demostración de que existen”, afirma este autor. (...) Y para concluir, otra historia. En nuestras sociedades, en las que el problema del trabajo se le plantea a todos por igual, algunas personas están redescubriendo a los trabajadores manuales. A menudo, cuando he hecho uso de sus servicios, me sucede que al leer mi nombre en la tarjeta de crédito manifiestan conocer el oficio al que me dedico; y creo que esos mismos artesanos, hace 50 años, no habrían tenido la más mínima noticia acerca de mis libros. Por lo tanto, muchos trabajadores manuales de hoy en día, antes de dedicarse a un oficio manual, completaron su formación superior. Un amigo me contaba que un día, junto con un colega filósofo, tuvo que coger un taxi que lo llevara de la universidad de Princeton a Nueva York. El chofer, en la narración de mi amigo, era un oso cuyo rostro estaba completamente cubierto por largos vellos hirsutos. Éste da inicio a la conversación para saber un poco con quiénes estaba tratando. Ellos le dicen que imparten clases en Princeton. Pero el chofer quiere saber más. El colega, un poco fastidiado, le dice que se ocupa de las ontologías regionales y de la epojé fenomenológica, y el chofer lo interrumpe diciendo: “Ah, ¿usted quiere decir Husserl, no?”. Se trataba, naturalmente, de un estudiante de filosofía que trabajaba como taxista para pagarse los estudios. Pero en otra época, un taxista que conociese a Husserl era una especie absolutamente rara. En la actualidad ustedes se pueden topar con un taxista que escuche música clásica y que a mí me plantee preguntas acerca de mi último trabajo semiótico. No es algo del todo surrealista.                                                                                                                    

JCC: En su totalidad, son noticias positivas, ¿no?                                                               

UE: Podemos insistir en los progresos de la cultura, que son manifiestos y que tocan categorías sociales que antes estaban excluidas de ella. Pero a la vez, cada vez hay más imbecilidad. No porque en el pasado los campesinos se quedaban callados esto quería decir que eran tontos. Ser cultos no significa, necesariamente, ser inteligentes. No. Pero en la actualidad todas estas personas quieren hacerse notar y, fatalmente, en algunos casos sólo logran hacernos sentir su imbecilidad. Por lo tanto, podríamos decir que la imbecilidad de un tiempo no se exponía, no se hacía reconocer, mientras que ahora ofende nuestros días. 

Traducción de María Teresa Meneses



PD: Como de costumbre, no estoy de acuerdo con todo, sin embargo no puedo ocultar, que me dieron ganas de leer el péndulo y la rosa de nuevo…

viernes, 16 de septiembre de 2011

Inmigrantes como moscas...

José de la Cruz Porfirio Díaz Mori (Uno de los personajes más desprestigiados y vilipendiados en México, tal vez junto con la Malinche, Cortez, Santa Ana, Iturbide, Huerta, Echeverría y todos los presidentes que le precedieron), nace en Oaxaca de Juárez, Oaxaca, un 15 de septiembre de 1830. Durante los años de su mandato al frente del insipiente gobierno mexicano, cambió el festejo (ya desde entonces tergiversado) del grito del cura Hidalgo a levantarse en armas en contra de los usurpadores franceses, realizado el 16 de septiembre de 1810 en el pueblo de Dolores, para que se acoplara con el cumpleaños del llamado ahora dictador.

Nada de viva México… nada de viva la democracia, república o demás artilugios modernos… más bien ¡Viva la monarquía!, ¡Vivan las clases sociales y los privilegios de los favorecidos por ella!, ¡Y viva Porfirio en su natalicio!

Mucho es lo que podría hablar de las historias mitológicas de mi país… mucho podría hablar de las desventuras de un solo personaje como lo fue “Miguel Hidalgo”, que hoy vive en el recuerdo como un padre arquitecto de un país alimentado de mitos… desde héroes vistos como villanos hasta personajes ficticios como los niños héroes, rescatados de poemas de “Nervo”… mientras que otros como Miguel Miramón que sí peleó contra los estadounidenses aquel 13 de septiembre de 1847 en Chapultepec, no será recordado por ello, por cometer el pecado de ser enemigo del hijo prodigo… del que no se acepta critica… del que se espera todo sueño indígena e identidad mexicana… de aquel mito llamado Juárez.

201 años de mitos, tergiversaciones y cultura fallida tienen a México donde lo tiene… un pueblo que vive en la ensoñación… un pueblo que no ve que es la razón de sus pesares… Un pueblo que alberga una persona tan decepcionada de la cultura mexicana como lo soy yo…

Pero así como a la máxima dificultad le llega su solución plena, así también a la tristeza y enfado infinito le llega su esperanza.

Y la esperanza se manifestó cuando se me ocurre echar un ojo a la bandeja de correos viejos, esos que por falta de nombre atractivo para mis fines, dejo para días venideros...

Era un correo enviado por mi padre, un video muy particular llamado: “Inmigrantes como las moscas”



Después de ver el video anterior… no me quedó más que responderle:
-¿No todo está mal verdad??????

Mi padre me dio algo por qué gritar de alegría…

¡Vivan las patronas de Veracruz!

¡Viva Leonila Vázquez…!
¡Viva Norma Romero…!
¡Viva Rosa Romero…!
¡Viva Clementina Romero…!
¡Viva Francisca Romero…!
¡Viva Leonila Romero…!
¡Viva Lidia Laura Reyes…!
¡Viva Guadalupe González…!
¡Viva Juana Anaïs Romero…!
¡Viva Lourdes Romero…!
¡Viva Bernarda Romero…!
¡Viva María del Pilar González…!
¡Viva Mariela Nájera…!
¡Viva Fabiola González…!

Y... ¡Viva México!

domingo, 4 de septiembre de 2011

Más que mil palabras…



Un joven trastornado pasea desnudo por una calle del Down Town de Puerto Príncipe (Haití), días después del terremoto que asoló el país. La fotografía fue tomada el 4de febrero de 2010.- CRISTÓBAL MANUEL

"Hable con él, pero solo sonreía. Estaba como ido", recuerda...

sábado, 3 de septiembre de 2011

Salir con chicas que no leen/ Salir con chicas que leen (Parte#2 de 2)

Sal con una chica que lee (Por Rosemary Urquico)

Sal con alguien que se gasta todo su dinero en libros y no en ropa, y que tiene problemas de espacio en el clóset porque ha comprado demasiados. Invita a salir a una chica que tiene una lista de libros por leer y que desde los doce años ha tenido una tarjeta de suscripción a una biblioteca.

Encuentra una chica que lee. Sabrás que es una ávida lectora porque en su maleta siempre llevará un libro que aún no ha comenzado a leer. Es la que siempre mira amorosamente los estantes de las librerías, la que grita en silencio cuando encuentra el libro que quería. ¿Ves a esa chica un tanto extraña oliendo las páginas de un libro viejo en una librería de segunda mano? Es la lectora. Nunca puede resistirse a oler las páginas de un libro, y más si están amarillas.

Es la chica que está sentada en el café del final de la calle, leyendo mientras espera. Si le echas una mirada a su taza, la crema deslactosada ha adquirido una textura un tanto natosa y flota encima del café porque ella está absorta en la lectura, perdida en el mundo que el autor ha creado. Siéntate a su lado. Es posible que te eche una mirada llena de indignación porque la mayoría de las lectoras odian ser interrumpidas. Pregúntale si le ha gustado el libro que tiene entre las manos.

Invítala a otra taza de café y dile qué opinas de Murakami. Averigua si fue capaz de terminar el primer capítulo de Fellowship y sé consciente de que si te dice que entendió el Ulises de Joyce lo hace solo para parecer inteligente. Pregúntale si le encanta Alicia o si quisiera ser ella.

Es fácil salir con una chica que lee. Regálale libros en su cumpleaños, de Navidad y en cada aniversario. Dale un regalo de palabras, bien sea en poesía o en una canción. Dale a Neruda, a Pound, a Sexton, a Cummings y hazle saber que entiendes que las palabras son amor. Comprende que ella es consciente de la diferencia entre realidad y ficción pero que de todas maneras va a buscar que su vida se asemeje a su libro favorito. No será culpa tuya si lo hace.

Por lo menos tiene que intentarlo.

Miéntele, si entiende de sintaxis también comprenderá tu necesidad de mentirle. Detrás de las palabras hay otras cosas: motivación, valor, matiz, diálogo; no será el fin del mundo.

Fállale. La lectora sabe que el fracaso lleva al clímax y que todo tiene un final, pero también entiende que siempre existe la posibilidad de escribirle una segunda parte a la historia y que se puede volver a empezar una y otra vez y aun así seguir siendo el héroe. También es consciente de que durante la vida habrá que toparse con uno o dos villanos.

¿Por qué tener miedo de lo que no eres? Las chicas que leen saben que las personas maduran, lo mismo que los personajes de un cuento o una novela, excepción hecha de los protagonistas de la saga Crepúsculo.

Si te llegas a encontrar una chica que lee mantenla cerca, y cuando a las dos de la mañana la pilles llorando y abrazando el libro contra su pecho, prepárale una taza de té y consiéntela. Es probable que la pierdas durante un par de horas pero siempre va a regresar a ti. Hablará de los protagonistas del libro como si fueran reales y es que, por un tiempo, siempre lo son.

Le propondrás matrimonio durante un viaje en globo o en medio de un concierto de rock, o quizás formularás la pregunta por absoluta casualidad la próxima vez que se enferme; puede que hasta sea por Skype.

Sonreirás con tal fuerza que te preguntarás por qué tu corazón no ha estallado todavía haciendo que la sangre ruede por tu pecho. Escribirás la historia de ustedes, tendrán hijos con nombres extraños y gustos aún más raros. Ella les leerá a tus hijos The Cat in the Hat y Aslan, e incluso puede que lo haga el mismo día. Caminarán juntos los inviernos de la vejez y ella recitará los poemas de Keats en un susurro mientras tú sacudes la nieve de tus botas.

Sal con una chica que lee porque te lo mereces. Te mereces una mujer capaz de darte la vida más colorida que puedas imaginar. Si solo tienes para darle monotonía, horas trilladas y propuestas a medio cocinar, te vendrá mejor estar solo. Pero si quieres el mundo y los mundos que hay más allá, invita a salir a una chica que lee.

O mejor aún, a una que escriba.


Fuente:
http://elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=1904&pag=2&size=n

jueves, 1 de septiembre de 2011

Salir con chicas que no leen/ Salir con chicas que leen (Parte#1 de 2)

Sal con una chica que no lee (Por Charles Warnke)

Sal con una chica que no lee. Encuéntrala en medio de la fastidiosa mugre de un bar del medio oeste. Encuéntrala en medio del humo, del sudor de borracho y de las luces multicolores de una discoteca de lujo. Donde la encuentres, descúbrela sonriendo y asegúrate de que la sonrisa permanezca incluso cuando su interlocutor le haya quitado la mirada. Cautívala con trivialidades poco sentimentales; usa las típicas frases de conquista y ríe para tus adentros. Sácala a la calle cuando los bares y las discotecas hayan dado por concluida la velada; ignora el peso de la fatiga. Bésala bajo la lluvia y deja que la tenue luz de un farol de la calle los ilumine, así como has visto que ocurre en las películas. Haz un comentario sobre el poco significado que todo eso tiene. Llévatela a tu apartamento y despáchala luego de hacerle el amor. Tíratela.

Deja que la especie de contrato que sin darte cuenta has celebrado con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación. Descubre intereses y gustos comunes como el sushi o la música country, y construye un muro impenetrable alrededor de ellos. Haz del espacio común un espacio sagrado y regresa a él cada vez que el aire se torne pesado o las veladas parezcan demasiado largas. Háblale de cosas sin importancia y piensa poco. Deja que pasen los meses sin que te des cuenta. Proponle que se mude a vivir contigo y déjala que decore. Peléale por cosas insignificantes como que la maldita cortina de la ducha debe permanecer cerrada para que no se llene de ese maldito moho. Deja que pase un año sin que te des cuenta. Comienza a darte cuenta.

Concluye que probablemente deberían casarse porque de lo contrario habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invítala a cenar a un restaurante que se salga de tu presupuesto en el piso cuarenta y cinco de un edificio y asegúrate de que tenga una vista hermosa de la ciudad. Tímidamente pídele al mesero que le traiga la copa de champaña con el modesto anillo adentro. Apenas se dé cuenta, proponle matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad de los que puedas hacer acopio. No te preocupes si sientes que tu corazón está a punto de atravesarte el pecho, y si no sientes nada, tampoco le des mucha importancia. Si hay aplausos, deja que terminen. Si llora, sonríe como si nunca hubieras estado tan feliz, y si no lo hace, igual sonríe.

Deja que pasen los años sin que te des cuenta. Construye una carrera en vez de conseguir un trabajo. Compra una casa y ten dos hermosos hijos. Trata de criarlos bien. Falla a menudo. Cae en una aburrida indiferencia y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufre la típica crisis de los cincuenta. Envejece. Sorpréndete por tu falta de logros. En ocasiones siéntete satisfecho pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante las caminatas, ten la sensación de que nunca vas regresar, o de que el viento puede llevarte consigo. Contrae una enfermedad terminal. Muere, pero solo después de haberte dado cuenta de que la chica que no lee jamás hizo vibrar tu corazón con una pasión que tuviera significado; que nadie va a contar la historia de sus vidas, y que ella también morirá arrepentida porque nada provino nunca de su capacidad de amar.

Haz todas estas cosas, maldita sea, porque no hay nada peor que una chica que lee. Hazlo, te digo, porque una vida en el purgatorio es mejor que una en el infierno. Hazlo porque una chica que lee posee un vocabulario capaz de describir el descontento de una vida insatisfecha. Un vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una alcanzable necesidad, en vez de algo maravilloso pero extraño a ti. Una chica que lee hace alarde de un vocabulario que puede identificar lo espacioso y desalmado de la retórica de quien no puede amarla, y la inarticulación causada por el desespero del que la ama en demasía. Un vocabulario, maldita sea, que hace de mi sofística vacía un truco barato.

Hazlo porque la chica que lee entiende de sintaxis. La literatura le ha enseñado que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo cinismo countinuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya empacado sus maletas y pronunciado un inseguro adiós. Tiene claro que en su vida no seré más que unos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida.

Sal con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en la piel. Será paciente en caso de que haya pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo, la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda en ellos, pues se ha despedido ya de miles de héroes con apenas una pizca de tristeza.

No salgas con una chica que lee porque ellas han aprendido a contar historias. Tú con la Joyce, con la Nabokov, con la Woolf; tú en una biblioteca, o parado en la estación del metro, tal vez sentado en la mesa de la esquina de un café, o mirando por la ventana de tu cuarto. Tú, el que me ha hecho la vida tan difícil. La lectora se ha convertido en una espectadora más de su vida y la ha llenado de significado. Insiste en que la narrativa de su historia es magnífica, variada, completa; en que los personajes secundarios son coloridos y el estilo atrevido. Tú, la chica que lee, me hace querer ser todo lo que no soy. Pero soy débil y te fallaré porque tú has soñado, como corresponde, con alguien mejor que yo y no aceptarás la vida que te describí al comienzo de este escrito. No te resignarás a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser narrada. Por eso, largo de aquí, chica que lee; coge el siguiente tren que te lleve al sur y llévate a tu Hemingway contigo. Te odio, de verdad te odio.


Fuente:
http://elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=1904&pag=1&size=n